
Del 5 al 9 de mayo, en el Hotel Ergife de Roma, tuvo lugar la XXIII Asamblea Plenaria de la UISG, una reunión que convocó a más de 900 superioras generales de alrededor de 80 países del mundo para reflexionar acerca de la Vida Consagrada como una presencia transformadora de esperanza en el mundo de hoy. Una reunión que, este año, tiene un cariz especialmente festivo porque la UISG cumple 60 años al servicio de una comunicación entre religiosas más allá de las distancias geográficas, lingüísticas y culturales. El eje vertebrador de la reunión fue la sinodalidad y la metodología empleada la Conversación en el Espíritu.
El encuentro comenzó con las palabras de la Hermana Mary Barron, OLA, Presidenta de la UISG, quien afirmó que “en este Año Jubilar, la Plenaria representa un momento único de escucha, comunión y renovación. Es tiempo de caminar juntas como mujeres consagradas al servicio de la Iglesia y del mundo”.
Ángela Cuadra, Coordinadora General, nos cuenta de primera mano cómo ha vivido esta experiencia:
- ¿Qué te sugiere el lema escogido para la Asamblea Plenaria? “La vida consagrada, una esperanza que transforma”
Es un lema muy elocuente para estos tiempos de incertidumbre, de oscuridad en realidades donde la paz y la justicia parecen un sueño que cada vez se aleja más. Sugiere una visión profética del papel de la vida consagrada en el mundo actual. La esperanza no es pasiva, es una fuerza transformadora que genera cambio. Y a eso está llamada la vida consagrada: a ser luz y aliento de esperanza para comunicar con su presencia que “permanecer en el límite de lo indignante da paso a lo posible”. La VC fundamenta su esperanza en el amor, por el Dios de Jesús y por la humanidad.
- De las más 900 participantes, hay Superioras Generales de hasta 80 países…¿cómo se vive el diálogo entre culturas y realidades eclesiales tan diferentes? ¿Es posible la escucha profunda en la diversidad? ¿Cómo se vive la sinodalidad?
Estuvimos reunidas alrededor de 950 Superioras Generales. Una de las experiencias de mayor riqueza del encuentro ha sido constatar que es posible que esta enorme diversidad de culturas, de paradigmas eclesiales de vida consagrada, tengamos un punto de encuentro y comunión en la llamada a seguir a Jesús, a hacer presente su Reino y que vibremos ante la llamada a ser una esperanza que transforma en cada contexto tan diverso.
Nos hemos reunido en mesas por idiomas y quizás esto ha facilitado aún más la escucha empática, el diálogo y la experiencia sinodal. En la puesta en común de las reflexiones por grupo ha habido una acogida enormemente respetuosa a la diversidad y una apertura al enriquecimiento que cada cultura podía aportar.
- ¿De qué manera el recuerdo y legado del Papa Francisco ha estado presente durante estos días y cómo se ha vivido el inicio del cónclave?
En las palabras de apertura y clausura, en las ponencias, en el compartir de experiencias, en los diálogos… en todo ello estuvo muy presente el Papa Francisco, haciendo referencia a textos de sus mensajes, a sus grandes llamadas y propuestas. En todo momento nos pronunciamos como continuadoras de su legado y en comunión con su visión de Iglesia.
El inicio del cónclave pasó a formar parte de nuestros diálogos, fueron momentos en los que compartimos nuestros deseos y nuestros temores, nuestra fe en la presencia del Espíritu que está actuante en la Iglesia y en la historia.
Diferentes medios de comunicación se refirieron a nuestra asamblea como “un cónclave paralelo”, de líderes de la VC. Me parece que fue un signo que puso más en evidencia la necesidad de seguir dando a la VC femenina y a la mujer un papel más activo y visible en la Iglesia.
- ¿Cuál es la llamada más apremiante de la vida consagrada de hoy? ¿Cuáles son sus “irrenunciables”
Al término de la Asamblea, nos comprometimos a tratar de ser cada vez más:
· Mujeres de paz, resilientes, que permanecen al pie de la cruz.
· Mujeres que están en las fronteras, que rechazan la exclusión y la discriminación.
· Mujeres que velan en la noche y, como la luna, reflejan la luz.
· Mujeres sinodales que crean comunidades evangélicas e inclusivas.
· Mujeres proféticas que, en la vejez, en la enfermedad o en la herida, siguen siendo signos de esperanza.
Como líderes de las congregaciones sentimos un fuerte llamado a “custodiar la esperanza”, es decir: proteger, alimentar y mantener viva la confianza en que el bien es posible, incluso en medio de dificultades, incertidumbres o sufrimientos. No es solo esperar pasivamente, sino guardar con responsabilidad y cuidado una visión positiva del futuro, tanto para uno mismo como para los demás.
- Tras lo vivido estos días…un sueño, una intuición, unas palabras que te queden rondando por el corazón.
Me quedo con una invitación a fundamentar mi esperanza, nuestra esperanza, en la presencia creativa y actuante del Señor en mi historia, en la historia de nuestra congregación, de la Iglesia y la de nuestros pueblos. Dios está habitando compasivamente nuestra realidad y nos pide tener una mirada contemplativa capaz de reconocerle y descubrirle en las realidades más oscuras y aparentemente insignificantes. Me siento llamada a tejer lazos de comunión, a tender puentes, a aproximar distancias en un mundo cada vez más polarizado; a cultivar una espiritualidad sinodal donde todas/os nos sintamos escuchados, reconocidos, valorados en nuestra dignidad, donde todas las voces sean escuchadas; a vivir la interculturalidad desde el respeto, la acogida y valoración de la diversidad; a estar presente, a estar presentes, donde la vida está más amenazada con una presencia cercana, humilde, compasiva como la de Jesús.
- Y para concluir, una metáfora contada por Sor Simona Brambilla que recoge y sintetiza el sentido de este encuentro:
“La luna, para el makua, es el astro humilde que ilumina la noche y la convierte en fascinante y misteriosa. Un astro humilde porque, según la expresión de la sabiduría popular, mientras que el sol cuando resplandece deslumbrante en el cielo extingue la luz de los otros astros, a la luna le gusta convivir con el brillo de las estrellas y de los planetas en el firmamento nocturno.
El resplandor discreto de la luna deja un espacio de libertad para que quien busque pueda no solo ver con los ojos, sino también imaginar, sentir, intuir. La luna rehabilita la visión interior. La luna introduce en lo invisible; en el tiempo del sueño; en el tiempo de la intimidad; en el tiempo del retorno a las cuestiones fundamentales.
Esta es “nuestra hora” como vida consagrada. No la hora del sol deslumbrante y solitario, sino la hora del astro humilde y convivencial. La hora nocturna en la que estamos llamadas a rehabilitar nuestra visión interior para la visión de lo esencial y a liberarnos de la luz fatua de todo lo que no es Evangelio. Como VC sentimos la atracción por “volver al centro” entendido como el núcleo ardiente que anima nuestra vocación”.