
Es de sobra sabido que no se debe juzgar el pasado con categorías del presente. El texto que publicamos a continuación, centrado en la persona de Enrique de Ossó y la catequesis, se contextualiza en el siglo XIX en el que vivió; por ello, algunas expresiones o ideas, en el momento actual, resultan desfasadas. Dejando a un lado "esa letra pequeña", se percibe como este sacerdote comenzó a desplegar su deseo de dar a conocer y amar a Jesús, por medio de la catequesis. Sus intuiciones, su planificación y organización, su creer en los catequistas, su capacidad para descubrir el potencial de los niños y niñas, hicieron que la catequesis se convirtiera en uno de los motores del cambio y del conocimiento y amor de Jesús en la sociedad de aquel tiempo.
Fragmento del artículo escrito por la hna. Mª Victoria Molins stj, DON ENRIQUE DE OSSÓ Y SU OBRA APOSTÓLICA (Libro Mano de Oro, Enrique de Ossó, sacerdote y teresianista, pgs. 118-125)
LOS NIÑOS FUTURO Y ESPERANZA, PERO TAMBIÉN PRESENTE Y TESTIMONIO
Enrique de Ossó empieza su sacerdocio. 1867. Un año después estallará la Revolución, conocida con el nombre de La Gloriosa. En esos momentos críticos Enrique, el joven sacerdote, sale al campo apostólico dispuesto a realizar su gran ideal.
Su primer contacto fue con los adolescentes: profesor de Matemáticas en el Seminario. Pero el apóstol no podía quedarse solo con el trabajo de la Cátedra. Allí ejercía su vocación infantil de maestro, pero debería también atender a su grito entusiasta ante la Virgen: “Será siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y amor”. Buen momento para empezar su tarea de misionero de paz y amor. Cuando su patria y su ciudad arden en fuegos revolucionarios. Y tropezó de nuevo con la mirada de los niños. La fuerza de su debilidad. ¡Por ellos encontraría el camino para renovar Tortosa – la Diócesis a la que pertenecía – y España entera!
Habló con el Obispo Dr. Vilamitjana, y empezó a organizar su plan de acción.
En los niños veía Ossó, precisamente en aquel momento, una doble tarea apostólica: llegar a ellos, a sus almas sencillas y abiertas a la verdad, porque ellos son el futuro y la esperanza de un pueblo. “Porque afianzar lo porvenir es triunfar de lo presente, - dirá en el prólogo del “Viva Jesús”, un libro de meditación para los niños – fijamos hoy nuestra preferente atención y cuidado de estas almas inocentes, para fijarnos luego también en las de mayor edad y rogamos que atiendan con esmero y rodeen de exquisitos cuidados a estas tiernas y delicadas flores”.
Y quería también otra cosa: que los niños fueran, ellos mismos, un instrumento de renovación para los mayores. Su testimonio infantil tenía mucho que decir aun a los mayores que se dejaban vencer por la evidencia de sus postras inocentes, pero verdaderas.
LA CATEQUESIS: SU ORGANIZACIÓN
Conquistando a los mayores
Esa fue la primera revolución del apóstol. El barrio de pescadores en Tortosa sabe de su labor renovadora con los niños: por las calles de la ciudad se dejaba oír la voz de los pequeños apóstoles. Y el barrio fue transformándose: “En el primer año de la Revolución, en que no había Catequética, - explicará Don Enrique – no podía salirse por las calles sin oírse canciones las más provocativas e insinuantes contra la Religión y sus ministros. Pues bien, recórranse ahora las mismas calles y no se oirán más que canciones religiosas y santas…”.
Enrique de Ossó sabía perfectamente el influjo que un movimiento infantil puede tener a la hora de cristianizar la sociedad. Y en las Catequesis encontró el campo apropiado para llegar donde hubiera sido imposible hacerlo de otra manera.
Por este motivo, cuando se propuso su plan de acción, como buen estratega, observó el punto más vulnerable y a la vez más eficaz en aquellos a quienes pretendía “hacer conocer y amar a Cristo”.
En primer lugar, sabía, como observador atento del movimiento histórico, el interés que otras fuerzas “contrarias” tenían por trabajar en el campo de la niñez y juventud. Se lamentaba del escándalo que recae sobre los pequeños, tan duramente recriminado por Cristo. Y advertía una manera muy solapada de “escandalizar”, propia, por otra parte, de una sociedad laica. Aquella de la que se habla en el Evangelio y se dio por parte de los discípulos: No dejar que los niños se acerquen a Cristo.
Además advierte que la sociedad laica o sin Dios, requiere una cura desde su base o raíz. De ahí que viera Ossó en el Catecismo un medio eficaz de renovación. Son elocuentes los argumentos que emplea en su “Guía práctica del Catequista”: “La Catequesis es el medio más eficaz para cristianizar a los pueblos”. “El Catecismo, así como es la última esperanza de regeneración de un pueblo, debe ser el primer cuidado de un celoso sacerdote”. “Los niños, pues, y solo los niños pueden regenerarla (a la sociedad)”. “Este es el único secreto infalible para obtener una restauración social en nuestros días: el cultivar la inocencia, haciéndola crecer en la Ciencia de Dios y en el amor a la Religión”.
Y Tortosa fue dejando sentir el influjo sencillo de aquellos niños, que entusiasmados con las enseñanzas de Mosén Enrique, acudían cada día en mayor número a aprender el Catecismo y a realizar una tarea que ellos mismos ignoraban: cristianizar a su ciudad.
Organización y estructura
Lo que empezó como una intuición, nacida del celo de un apóstol, pasó a ser encargo expreso del Sr. Obispo, que comprobaba el celo arrollador del joven sacerdote.
El crecimiento fue asombroso y pronto requirió de una estructura organizada. El mismo Ossó lo explica en el prólogo de su “Guía práctica”: “Empezamos con algunos jóvenes seminaristas tan santa obra, y a los pocos días reunimos como unos 500, entre niños y niñas. Siguió su marcha progresiva y, al despedirnos para ir de vacaciones, contábamos con cerca de 800”.
La organización tiene, desde los primeros momentos, las características de una obra perfectamente concebida, con su fin, sus medios y sus programas. Hoy, que la “planificación” y la “programación” tienen una importancia tan grande en las realizaciones de cualquier tipo, admira observar la reglamentación de su obra, concebida como una tarea eficaz en la formación y renovación religiosa.
Advierte, en primer lugar, cuál es el objetivo que se propone. Lo enuncia así en el Reglamento: “Tiene por objeto, la enseñanza y explicación metódica y continuada de la Doctrina cristiana a los niños de uno y otro sexo, para destruir la ignorancia, azote de la Religión y contrarrestar la propaganda del error y de la inmoralidad”.
Presenta después lo que hoy llamaríamos el Organigrama. Una Junta Directiva compuesta por: director. vicedirector, secretario, tesorero y bibliotecario, asignando a cada uno claramente sus funciones, elemento importantísimo de un Organigrama a la hora de actuar.
Los Catequistas tenían una serie de obligaciones que demuestran la capacidad directiva de su Fundador: preparación esmerada de las catequesis, el libro de registro de cada grupo en el que puedan anotarse los adelantos, comportamientos, etc.
Los Catecismos tenían una estructura que permitían el orden y la unión a pesar del número, que llegó a ser muy grande. Hasta 1.200 niños asistían en el segundo curso. Dividido en tantas secciones como Parroquias. Llegaron a doce las Secciones en Tortosa. Cada Sección tenía un prefecto, un subprefecto y tantos catequistas, por lo menos, como clases o grupos. Estos grupos se formaban por edad o instrucción. Preferentemente se dividían teniendo en cuenta la preparación para la Comunión: los llamados “Catecismos de perseverancia”, para los niños que la habían hecho. Los próximos a comulgar, para prepararse. Y los pequeños, a partir de cinco años.
Estaba también perfectamente reglamentado el trabajo y el modo de llevarlo a cabo. Muy interesantes las reuniones semanales o quincenales de las catequestas, denominadas “sesiones”: su plan tiene una actualidad sorprendente. Además de preparar al catequista, de llevar a cabo una labor conjunta, de unificar las líneas de acción y formación, tenían también la misión de “evaluar” el trabajo realizado en cada grupo. Se leía el Evangelio del próximo domingo y se comentaba, por uno de los catequistas, encargado de antemano para ello. Realmente no se diferenciaban demasiado estas reuniones de las que ahora tiene cualquier movimiento apostólico de actualidad.
No es de extrañar que el mismo Don Enrique, cuando exponga su obra en la “Guía práctica del catequista”, sienta la satisfacción de unos logros tan extraordinarios: “A pesar de los tiempos calamitosos por los que hemos atravesado, han asistido, por término medio, todoslos domingos mil niños a la Catequesis”.
Y son muchos mil niños para constituir esa fuerza invencible que tiene la “debilidad” en las obras de Dios. Tortosa se estaba empezando a renovar.
El Gran Catequista
Quiero terminar este capítulo, refiriéndome, al menos brevemente, a este aspecto, uno de los más relevantes de la personalidad apostólica de Don Enrique de Ossó.
Creo que una de las facetas más características y de sus apostolados más queridos fue esta de catequista. Si bien otros muchos aspectos de su gran obra le impidieron dedicarse más tarde de lleno a este trabajo, durante toda su vida será uno de sus principales desvelos.
Cuando, ya funcionaba su obra magna, la Compañía de Santa Teresa, ponga a su servicio la mayor parte de sus energías, seguirán siendo las Catequesis en los colegios y en las parroquias, uno de sus más grandes intereses.
Ya en los momentos de mayor actividad – hacia 1879 – lo vemos entusiasmado con un “Jubileo infantil” que llegó a reunir hasta 1.400 niños. Es curioso que semejante entusiasmo se dio un siglo antes de este otro “jubileo”, que celebramos en el Año Internacional del niño. Don Enrique era también por esa fecha el alma de aquellos fervores catequísticos:
“Tortosa debe dar mil gracias a la Asociación catequística – dirá en esa ocasión -. Sin ella, es lo cierto, la mayoría de los niños no conocerían a Dios…Si algunos gérmenes de renovación cristiana se observan en nuestra querida Tortosa después de la revolución atea, son gérmenes que las oraciones de los niños y niñas de las catequesis arrancaron de Jesús”.
Pero es un su “Guía práctica del Catequista” donde se revelan sus grandes dotes pedagógicas y su entusiasmo por un apostolado que algunas veces se menosprecia.
Dado el carácter general de este artículo, en torno al “Apostolado” de Don Enrique, no puedo detenerme en cada uno de los aspectos riquísimos de la Pedagogía del gran Catequista. Señalaré algunos hitos que pueden ser reveladores de su misión.
El punto de partida será el mismo para todo su quehacer pedagógico, como tendremos ocasión de ver en otro capítulo: Cristo, en el centro de la persona: en la inteligencia y el corazón. De ahí que el catequista tendrá que empeñarse en una tarea absolutamente cristocéntrica en la formación del pequeño catecúmeno: “revestirlo de los mismos sentimientos y afectos que Cristo Jesús tiene en su corazón”.
Esta labor no se puede realizar si no es por contagio, por testimonio. “Si para fin tal alto, para que enamore y cautive todo el afecto de la niñez, necesita hermosear esta imagen, avivar su colorido e imprimirle animación, menester es que esa imagen divina de Jesús, se halle perfectamente grabada, esculpida, en el alma del catequista…”.
Es extraordinario el interés que en la “Guía práctica” dedica a este punto central y básico de su enseñanza. Realmente se adelantaba con mucho a la postura actual que en Pedagogía se adopta para la Educación en la Fe. Instrucción sí, pero sobre todo vivencia profunda, penetración en el misterio de Cristo que informe toda la vida del niño y le dé espíritu y vida.
La Catequesis parte de la Palabra de Cristo, de su Corazón. Desde allí irradia toda enseñanza: “Un corazón central, que es el de Jesucristo, reúne todo lo bello, lo atrae todo, lo vivifica todo. Es el Corazón de Jesús, el centro de los corazones cristianos quien los une, los purifica, los mueve y los obliga a caminar hacia la justicia, la luz y el amor”.
La Catequesis tiene, a partir de este centro de irradiación, Cristo, un doble fin: instruir en las verdades y formar en la piedad y en la práctica de buenas obras. No hay separación entre el conocimiento –formación de la inteligencia -, el sentimiento – la piedad de corazón – y la voluntad que lleve a una actuación recta.
En cuanto al método que el buen catequista debe emplear, la pedagogía de Enrique de Ossó se manifiesta en esta obra, nacida de su vivencia personal, como una fuente preciosa de iniciativas y experiencias.
La observación será el punto de partida. Deberá atender a lo que el niño dice y piensa para captar sus centros de interés. Y esto no se logra en los niños si no es con brevedad y concisión. “Para enseñar con fruto a los niños las verdades de salvación es menester que el catequista agrade a sus oyentes y les cautive su ánimo. Ara lograr este resultado es indispensable sean sus instrucciones breves, claras por su exactitud y amenas”.
Claridad en el pensamiento y en la dicción. De ahí la importancia que da al “hecho sensible” en el que debe siempre aterrizar el catequista, pues el niño entiende poco de símbolos, figuras o abstracciones. “Cuando pueda fundar mi explicación en un hecho sensible, conocido de los niños, seré mejor comprendido”.
La amenidad tan necesaria para crear esos centros de interés en el niño, quiere Ossó que se logre mediante la explicación de cuentos, ejemplos, parábolas. El sencillo método que el mismo Cristo empleaba para su auditorio popular.
A estos métodos, que podríamos referir a la formación o conocimiento teórico, añade una serie de observaciones para lo que hoy llamaríamos “educación en la fe” o formación práctica para la vida.
A esto está precisamente encaminado todo conocimiento catequético: a lograr la perfección. “La santificación de los niños debe ser, pues, el fin al que el catequista dirige sus esfuerzos”. “Debe ante todo el catequista, como buen médico, conocer el corazón de los niños, con sus vicios y virtudes para curar aquéllos y ayudar a éstas en su completa perfección”.
Los medios externos tendrán también su importancia para la Catequesis. Una serie de normas prácticas ayudarán a la formación integral del niño en su educación de la fe. Todas estas normas están minuciosamente estudiadas por Enrique de Ossó con ese detalle que le caracteriza. Es interesante observar la importancia que da a ciertos aspectos que ha revalorizado mucho la Pedagogía moderna: por ejemplo el canto, el diálogo, las representaciones.
Para terminar utilizaré las mismas palabras de D. Enrique en su conclusión a la guía práctica. Son un índice claro de su entusiasmo por la renovación de los métodos en la enseñanza del Catecismo para lograr mejor sus objetivos y rechazar la rutina que empobrece: “No se os pide los pongáis (se refiere a los medios que propone) en planta todos, de un solo golpe desde el primer día; sino que probéis su bondad, y salgáis de la rutina que se estaciona y no quiere salir del carril; que ni tan siquiera admite la posibilidad de algún progreso, de alguna mejora en la enseñanza del Catecismo…y fastidia a los niños que lo abandonarán o al Catequista que mira como una carga pesada y modestísima el estar con la niñez y suspira porque llegue la hora de despedirlos con mal humor, gritos e impaciencia”.
(Tomado del libro, Mano de Oro, Enrique de Ossó sacerdote y teresianista (páginas 118-125)