
“Id y anunciad la Buena Nueva”. Estas fueron las palabras de Jesús cuando después de su muerte se apareció resucitado a sus discípulos.
De nuevo hoy, las hermanas Pilar Liso, Delegada general de educación, y Gema Meroño, Responsable de comunicación, escuchamos la misma voz de Jesús, y aunque sabemos que las palabras se quedan cortas para transmitir la experiencia, compartimos como aquellas primeras mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, lo vivido y encontrado en esta tierra de Angola desde el 25 de abril hasta el 15 de mayo.
Los objetivos de la visita estaban formulados desde la Delegación de educación, más en concreto en el ámbito de la educación escolar, y también en ese deseo de buscar cómo comunicar y comunicarnos. Podríamos escribir sobre todo lo visto en las Escuelas teresianas y el Magisterio de primaria, sobre todo lo bueno que se va desarrollando, también sobre los retos y desafíos; podríamos también compartir cómo, a pesar de las dificultades, se va recorriendo un camino en el ámbito de la comunicación.
Pero en este escrito, dejamos a un lado los “objetivos de la visita” para compartir, ojalá en clave pascual, “lo que hemos visto y oído”.
“Yo estoy con vosotros”, con vosotras, es la voz incesante que hemos escuchado a lo largo de todos estos días. Una presencia que va más allá de lo evidente, porque la vida en estas tierras, para la mayoría de las personas, es muy dura, pero la dificultad no entierra la promesa de Dios con su pueblo. Hemos palpado que Dios está, porque hemos encontrado su presencia en muchísimas personas buenas, en nuestras hermanas en primer lugar, pero también en tantos que hemos conocido y que de una forma u otra, nos han revelado el rostro vivo de Dios. ¡Sería tan bonito poder enumerar sus nombres y volver a recordar sus rostros!
“Ahí tienes a tu madre” fueron las palabras de Jesús a Juan desde la cruz. Unas palabras que se siguen haciendo verdad porque hemos encontrado la presencia de María cuidando a su pueblo. En Angola hemos experimentado, que para miles de niños, niñas, adolescentes, siguen haciéndose verdad las palabras de Jesús: ahí está tu madre. Mujeres y madres, que no solo cargan a sus espaldas el peso de sus crianças, sino que llevan sobre ellas la esperanza necesaria para vivir. Esperanza sobre sus hombros en forma de agua, comida, esperanzas en las manos que lavan en los ríos, o venden en la carretera a pleno sol; esperanza de las que labran la tierra, o trabajan en tantos oficios y responsabilidades… Contemplándolas a ellas, hemos descubierto que Jesús no se olvida de su pueblo, porque como a Juan, les entrega lo mejor: sus mujeres y madres. Por cada una de ellas, gracias a Dios.
“Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Y es que la alegría vive en este pueblo. Una alegría que toma mil rostros y transmite que la vida es más fuerte que la muerte o las dificultades. Alegría en cada lugar donde nos han recibido y acogido, alegría convertida en detalles, alegría en sus cantos, en los ritmos de palmas y movimiento que acompañan sus preciosas canciones, en sus Eucaristías y celebraciones, alegría en sus ropas y vestidos adornando el paisaje y cada rincón que hemos recorrido. Alegría de los niños y niñas que tras superar la vergüenza o el asombro, regalan sonrisas sin medida; alegría al agradecer que se les visite y se venga a esta tierra.
“Si no meto mi mano en su costado” dijo Tomás, y Jesús le dejó tocar sus heridas; entonces Tomás creyó. De alguna forma Jesús también nos ha dejado tocar sus heridas en este pueblo. Unas heridas que nacen de la falta de compromiso y corrupción de los poderosos, unas heridas que gritan en los miles de niños y niñas sin escolarizar, o que sufren la falta de medicinas, unas heridas que sangran en los difíciles caminos que hemos recorrido y que para tantas personas son habituales. Tantas heridas que, sin embargo, podrían ser curadas porque Angola es un país extremadamente rico que tiene más que lo suficiente para sanar a todos sus hijos e hijas. Tocar las llagas, aunque sea de pasada, no nos ha dejado en el dolor, sino que nos lleva a comprometernos con nuestras hermanas para que las heridas sigan convirtiéndose, por medio de la educación teresiana, en esperanza.
“¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?”. Nuestro corazón también ha ardido muchas veces en los caminos al reconocer su presencia en la belleza de la creación que hemos contemplado estas semanas. Muchos kilómetros, y gracias a ellos, multitud de paisajes y sorpresas, de vegetación desconocida para nosotras, ríos, y árboles con mil formas distintas, llanuras extensas y también montes sorprendentes, frutas riquísimas que quisiéramos llevarnos en el viaje... Enorme país del que hemos conocido una pequeña parte, pero que ha logrado que por su naturaleza, nuestro corazón ardiese y, en el camino, Jesús se hiciera presente.
“¿De qué habláis en el camino?” podría habernos preguntado Jesús muchas veces. Porque acercarse a tantos lugares, conocer personas, descubrir sueños, proyectos, dificultades y desafíos, hacen que el corazón hable, la mente se ponga en funcionamiento y la imaginación se desate. Hemos hablado y también hemos experimentado la presencia de Jesús a nuestro lado preguntándonos y queriéndonos enseñar a contemplar desde el corazón esta realidad que, como todas, solo se comienza a comprender cuando se conoce, aunque sea tan tímidamente.
“Hay otras muchas cosas… si se escribieran todas…”. Terminamos con las mismas palabras del evangelio de Juan. Nos queda mucho por decir, en verdad nos queda casi todo. Porque podríamos hablar de todos las escuelas de la Compañía y de otras congregaciones que hemos visitado, de tantos laicos y laicas comprometidos en la educación teresiana, podríamos hablar de la preciosa acogida en las comunidades de hermanas en las que hemos estado, de los detalles, de la rica y sana comida, de las buenas conversaciones, de lo que nos hemos reído. Hablar de proyectos que hay que continuar, de los retos de la educación teresiana en esta tierra, de los equipos y grupos con los que hemos compartido en el ámbito escolar y de comunicación. Podríamos hablar de muchos momentos en los que nos hemos emocionado al descubrir que la vida teresiana entregada en esta tierra que sigue dando fruto.
Más de una vez en las escuelas visitadas, escuchamos que la educación es lo mejor que podemos ofrecer a este pueblo. Como hermanas teresianas lo creemos firmemente, pero tras haber compartido estas semanas, no solo lo creemos, sino que una vez más, agradecemos a Dios que nos haya confiado esta misión.
Volvemos a Galilea, bueno, volvemos a Roma. Como las mujeres que descubrieron que Jesús vive volvemos agradecidas por su presencia. Agradecidas también a las hermanas que han organizado todo, a quienes nos han facilitado la vida, los desplazamientos, el descanso y todo lo que necesitábamos; agradecidas también a esa experiencia que nace del dolor y la pobreza de tantos hermanas y hermanos, y que nos despierta y compromete el corazón y da sentido al trabajo y la misión. Jesús, como a los discípulos nos dice: “vosotras sois testigos de estas cosas”, “id y contad lo que habéis visto”.
Como Jesús decimos confiadas a María: Ahí tienes a tu pueblo.