
Hay acontecimientos o noticias que son difíciles de explicar; una de ellas es el próximo cierre del Colegio Purísima Concepción de Madrid (España), conocido como “Puebla” (así se llama la calle en la que se encuentra).
En este año capitular, muchos de nuestros trabajos, encuentros y reuniones giran en torno a la llamada a convertirnos a una nueva identidad comunitaria que nos lleve a mirar más allá, a trabajar con otros y otras, a descubrir que solas no podemos, a acoger nuestra vulnerabilidad como posibilidad… Un desafiante horizonte que en nuestro mundo suena a UTOPÍA. Pero la vida de vez en cuando nos regala EVIDENCIAS que nos demuestran que no son imposibles, sino que son “posibles” cuando se encuentra el sentido para hacer las cosas, y cuando la búsqueda del bien común orienta los pasos y opciones. PUEBLA es evidencia de que se puede vivir de otro modo.
El Colegio Purísima Concepción cerrará sus puertas en junio tras finalizar el curso 2022-23. Y al hacerlo, terminará una etapa con mucha historia, toda la que cabe en casi cuatro siglos, porque su inicio se remonta al año 1651 cuando fue construido y fundado por la Real Hermandad del Refugio. Entonces, acogió a niñas huérfanas.
En el año 1887, ante las dificultades económicas ocasionadas por la desamortización de Mendizábal, la Hermandad se planteó el cierre del colegio, pero finalmente se decidió poner la educación en manos de algún instituto religioso. Tras pedir varios informes, al final se optó por la Compañía de Santa Teresa, que aportó ocho hermanas con las titulaciones necesarias. Fue el día 10 de febrero de 1889 cuando se inauguró la nueva etapa del colegio, “presidida por el Señor Moreno, subsecretario del Ministerio de Gracia y Justicia, los miembros de la Junta y D. Enrique de Ossó, que se mostró muy contento.” (cfr. Hª de Compañía Primera parte Tomo I-pg 289).
Y así comenzó una larga historia vinculada a la Compañía, años en los que generaciones y generaciones de niñas y jóvenes no sólo estudiaron en el colegio, sino que vivieron en él. Muchas compartían vida con las hermanas en el internado mientras cursaban sus estudios dentro y fuera del mismo, haciendo del colegio una familia. Quizá es uno de los recuerdos que se repite en muchas personas de generaciones diversas: “no solo un Colegio, una familia”.
Y así, desde que en 1889 la Compañía de Santa Teresa asumió la Dirección del centro, el sello teresiano arraigó fuertemente en la entrega de tantas hermanas y de todo el personal del centro. El colegio que inició como “centro de huérfanas” fue cambiando el perfil del alumnado según las necesidades de cada momento.
En el año 2011, con el resto de colegios de la Compañía en España, pasó a formar parte de la Fundación Escuela Teresiana, si bien la titularidad siguió siendo de la Real Hermandad del Refugio.
Pero ¿por qué el colegio, en el momento de su cierre, es UTOPÍA hecha REALIDAD? Vamos a compartirlo parafraseando nuestro tema capitular:
En diálogo con la realidad del mundo: el colegio siempre ha formado parte de su entorno, un entorno en ocasiones no fácil; a lo largo de estos años, diálogos con asociaciones, con el barrio, con servicios sociales, con... ¡tantas personas e instituciones!
Nuestra verdadera identidad es “ser con otros y otras”: ¿cuántas alianzas se habrán vivido, firmado oficialmente o de palabra en el colegio para sostenerlo, para buscar los mejores recursos cuando las necesidades materiales y educativas eran tantas? ¿y cuántas veces su personal ha sido generoso y ha ayudado a quienes necesitaban un refuerzo, una hora extra, compartir experiencia recorrida…? Construir no siempre es fácil, y ese "con otros y otras" tampoco, pero las realidad y las necesidades del alumnado logró allanar dificultades.
Poner en el centro, con gestos concretos y transformadores, el cuidado de la vida más amenazada en todas sus formas – cuidar de las personas que necesitan recobrar sentido y dignidad: quien ha estado en el colegio sabe que esto es la música que lo recorre, porque en él ha crecido mucha vida y mucha vida amenazada, pero la atención, el cariño, la profesionalidad, la entrega de hermanas, educadores y todo el personal, fueron el modo de poner la dignidad de cada persona en el centro, ayudando a recobrar sentido y dignidad.
Respetar y valorar la diversidad: en el colegio se ha llegado a reconocer la diversidad como la verdadera riqueza, una diversidad a veces incómoda, o que cuesta acoger y educar, porque conlleva esfuerzo, medios, mucho estudio y compromiso. Diversidad de nacionalidades, religiones, ritmos de aprendizaje, necesidades o dones… La diversidad de Puebla es una de sus riquezas.
Abrazar nuestra vulnerabilidad y la de nuestros hermanos/as como oportunidad de gracia: así, sin más, vulnerabilidad en las familias y en tantos niños y niñas, pero también en los y las educadoras. Vulnerabilidad compartida y asumida que ha hecho sacar los mejores recursos y dones de las personas.
Vivir el liderazgo desde el desafío de la sinodalidad: muchos años y muchos intentos de formar equipo comprometido, de buscar cómo coordinarse para responder a las necesidades.
Detrás de cada una de estas características hay nombres concretos de personas que han pasado por el colegio. En el año 2002 recibió la Medalla de ámbito nacional por su labor de educación e integración al tener en sus aulas alumnos de 20 nacionalidades; esta variedad cultural forma parte del actual ADN del colegio. Pero por si fuera poca esta diversidad, el colegio cuenta también con un aula TEA para niños y niñas con autismo. No podía haber un lugar mejor para pequeños y pequeñas que tienen dificultad de lenguaje y su comprensión, o dificultades en sus habilidades sociales, que el colegio de Puebla donde el cariño y el acompañamiento que hace crecer y madurar, se expresa de forma que cada uno lo puede acoger y comprender.
El Colegio finaliza su vida este curso, un fin que no depende de la Fundación Escuela Teresiana ni de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Sin duda el cierre es motivo de tristeza y dolor porque finaliza un proyecto que forma parte de nosotras, pero a la tristeza se le une el agradecimiento y la alegría de saber que ha merecido la pena.
El día 3 de junio, a lo largo de todo el día, pasaron por el colegio cientos de personas de todas las generaciones para agradecer lo vivido y recibido en él. No fue un día triste, aunque sin duda los corazones andaban contenidos; fue un día de acción de gracias y de guardar todo en el corazón. Profesores de distintas épocas, hermanas teresianas, alumnos y alumnas de muchas generaciones, personal y amigos del colegio, de la Fundación Escuela Teresiana, todos con una misma consiga que se leía en los rostros, miradas y abrazos: gracias por todo lo vivido. PUEBLA EN EL CORAZÓN.
Desde aquí agradecemos no solo lo vivido, sino también lo aprendido: releyendo la historia del colegio de Puebla, la pasada y la presente, creemos que es posible la UTOPÍA y que Dios nos llama a recorrer un camino en el que otros y otras, en el que la diversidad, la inclusión, la dignidad, la vulnerabilidad y la interdependencia son VIDA.
Dicen los documentos que cuando Enrique de Ossó presenció la inauguración del Colegio “se mostraba muy contento”. Hoy sin duda, está orgulloso y agradecido y lleva escrito junto al TODO POR JESÚS: PUEBLA EN EL CORAZÓN.
Y como él, ¡TANTOS!
Gema Meroño stj