
El día 12 de junio, día de la Santísima Trinidad, día del amor y la relación, también fue un día de acción de gracias por toda la vida compartida y generada en la Casa de oración de Zaragoza. La celebración de la Eucaristía fue un encuentro de familia vivido desde la fe y la esperanza, con sentimientos encontrados; por un lado, la pena de dejar la casa y su proyecto, pero por otro, la paz que nace de la confianza de sentirse en manos de Dios que seguirá bendiciendo todo lo sembrado en casi cuarenta años de historia y en cientos de personas que guardan como un tesoro la experiencia vivida en este lugar.
Una de las experiencias que expresaban las personas al pasar por la Casa de oración es que parecía que todo estaba preparado para ellas, para tener un encuentro especial con Dios, con los hermanos y hermanas, con la naturaleza. Y esta vez, no podía ser diferente, porque en la celebración, cada detalle, cada palabra, cada persona, cada canto y cada recuerdo, mostraban que de nuevo, todo estaba preparado para hacer, de esa casa, de ese jardín, tierra sagrada, tierra de encuentro, tierra de todos, tierra de Dios.
La Eucaristía fue concelebrada por los sacerdotes Florentino Nonay, hermano de Compañía que lleno de emoción presidió la Eucaristía, Manolo Almor, también hermano de Compañía y sacerdote que celebró la primera Eucaristía en la Casa de Oración, y por Gustavo Máñez, antiguo alumno del Colegio Enrique de Ossó, y que en los últimos años ha celebrado la Eucaristía los fines de semana desde que Luis Antonio Gracia (dep) no pudo seguir yendo.
Las ofrendas preparadas para el momento del ofertorio eran auténticas ofrendas, porque cada una encerraba nombres, secretos, experiencias, bendición.
El libro de firmas de la casa en el que tantas personas dejaron un poquito de ellas. Precisamente, en las palabras que pronunció la hna. Provincial de la Provincia Teresiana de Europa, Isabel del Valle, citó las que escribió el P. Tomás Álvarez ocd, gran teresianista y amigo de la Compañía. Decía así: “Gracias por lo que nos dais en esta casa. Quienes venimos aquí, necesitamos eso mismo que nos ofrecéis: espacio libre para el encuentro con Dios, soledad y silencio para la escucha de la Palabra, el testimonio vivo de vuestra fraternidad orientada a Él y abierta al servicio de quienes llegamos, la ayuda de vuestra oración. Gracias también por vuestra sencillez, alegría y sobriedad teresianas. Os dedico aquel piropo de Santa Teresa “Dichosas vidas que en servicio de la Iglesia se acabarán”.
Los folletos ESTAR que desde la Casa de Oración enseñaron a generaciones de alumnos y alumnas a tratar de amistad con Jesús. Y después de ESTAR, otras muchas publicaciones para acompañar la oración. En estas publicaciones no solo iban palabras o sugerencias para orar, sino la experiencia y vida de las hermanas y de la comunidad, su profundo deseo de “conocer y amar a Jesús” y su creatividad para “hacerle conocer y amar” a través de la oración y las celebraciones.
Los discos y el cantoral no podían faltar en el altar. Porque quien recuerde la Casa de Oración evocará también la música preparada con detalle para orar, los cantos, y también el silencio que tantas veces se escuchaba como una melodía… Y con los cantos, las hermanas que en esa casa vivieron o se encontraron para ofrecer la música como camino seguro para llegar a Dios. Las canciones escogidas para la Eucaristía, la presencia convertida en música de la hna. Isabel Toyos, evocaban otros cantos, otras hermanas, tanto, que la cítara colocada a los pies del altar, se unió a la que desde el cielo tocaba magistralmente Carmen Cañada para acompañar la celebración.
Los libros de relecturas de Salmos y Cánticos que fueron un regalo esparcido por mil lugares de la comunidad por los veinticinco años de la Casa para que otras personas pudieran orar. Y es que curiosamente uno de los misterios de esta comunidad, ha sido el “estar apartadas físicamente”, pero llegar a tantos rincones del mundo para acompañar en la preciosa aventura de orar y estar con Jesús.
Uno de los momentos más emotivos de la tarde, fue cuando Isabel del Valle recordaba la experiencia de abandono de San Enrique de Ossó a la voluntad de Dios; citaba de uno de sus escritos de enero de 1896, al final de su vida escribía: “Espíritu Santo Dios, Espíritu de verdad, haznos verdaderos en todo y que nunca resistamos a vuestras inspiraciones, enséñanos a hacer la voluntad de Dios en todas las cosas”. Y continuaba Isabel: “Hoy nos alegramos, y estamos agradecidas, porque en ese hacer la voluntad de Dios en todas las cosas, que dice San Enrique, los hermanos escolapios recogen el testigo. Ha sido providencial, y ellos seguirán con un proyecto pastoral en esta casa que las teresianas dejamos. Como en las carreras de relevos, hasta aquí hemos llegado unas, y en el horizonte de futuro, otros siguen sirviendo a la Iglesia en la carrera de la que San Pablo dice: olvidando lo que queda atrás me lanzo hacia adelante y corro con la esperanza en dirección a la meta a la que somos llamados en Cristo. Pues quiero que te acerques Jesús, provincial de los escolapios, y quiero ofrecerte el relevo; cuando en las carreras se ofrecen el testigo, unos corren un poquito mientras otros empiezan a hacerlo y se agarran fuerte. Y quiero que te agarres fuerte a nuestra Santa…”. Y mientras Jesús Elizari, Provincial de la Provincia Emaús de los Escolapios, recogía emocionado un icono de Santa Teresa, se cantaba la letrilla de la Santa, de esta gran mujer que nos enseña que todo pasa pero Dios permanece, en todo y en todos, y el proyecto de la Casa de oración, continuará transformado en otras manos y carisma, pero permanecerá en tantos rincones, en tantas personas que allí escucharon la voz de Dios, que como rezaba el cartel que presidía la Eucaristía y ha acompañado durante cuarenta años la casa decía: “te amo como eres”.
Jesús Elizari respondió emocionado con unas sencillas y sentidas palabras que ayudaron a experimentar que nada se pierde, todo se transforma, y que Dios nos ha bendecido al ponerlos en el camino en el momento que no podíamos continuar con el proyecto.
Con certeza, cada una de las personas que participó en la celebración hubiera podido escribir una preciosa reseña de la Casa de oración, porque los que allí estuvieron, hermanas teresianas, algunas que han vivido en la casa y otras que sin haberlo hecho la quieren profundamente, educadores de nuestros colegios, laicos y laicas, familias cercanas, trabajadores que han cuidado y mimado cada rincón, sacerdotes, hermanas y hermanos de otras congregaciones, podrán hacer suyas esas preciosas palabras del Papa Francisco: “la historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien”. (FT 84)
Eso será siempre la Casa de Oración, “un lugar cuyo recuerdo hace mucho bien”. Ahora quedan pocas semanas en la casa, y la comunidad formada por las hermanas Mariola Iglesias, Carmen Melchor y María José Palos será la última, pero en ellas quedan todas las anteriores y tantas personas que con gratitud pueden "reconocer tanto bien, tanto bueno, tanto vivido".