
Puede sonar extraño que un cuento para niños nos ayude a reflexionar sobre las estructuras eclesiásticas llamadas a transformarse e incluso, algunas de ellas, a desaparecer en una Iglesia sinodal. No es cuestión de ir a derribar por derribar, sino de construir en condiciones de solidez, que no rigidez, que nos permitan ser Iglesia en comunión y no de exclusión.
Las estructuras eclesiásticas y algo a tener en cuenta
Hay una estructura central, fuertemente eclesiástica, formada por muchas estructuras -ninguna secundaria- que la sostienen. En este momento, muchas de esas estructuras no secundarias están afectadas por la carcoma y las terminas de años de poder corrompido que, prácticamente, impiden recuperarlas. Otras se podrían restaurar con tiempo y la decisión de poner al frente a personas con visiones más eclesiales que eclesiásticas, que mantengan el cambio de rumbo propiciado por la restauración y la limpieza de las mismas. Y otras, ciertamente funcionan, aunque siempre hay que estar pendientes de no imitar las formas contaminadas por la carcoma y las termitas.
La fuerte jerarquización verticalísima, férrea, aquejada de una sordera persistente (para según qué temas), e inamovible por propia decisión, ha creado más problemas que soluciones. Sin embargo, no todo está perdido porque , “cuando todo está por hacer, todo es posible”, como dice el poeta Miguel Martí i Pol.
Cincuenta o sesenta años en la Iglesia es como un leve suspiro ya que, acostumbrada como está a contar el tiempo en siglos, tan pocos años son casi una anécdota cronológica. Sin embargo, en este espacio de tiempo tan corto suceden cosas asombrosas.